Me había imaginado un pasillo ocre donde el latir del tiempo no nos permitiese avanzar con prontitud, donde fuera una dulce condena detenerse a mirar detalles, sentir entre mejillas la brisa caprichosa, y degustar el perfume de tu presencia. Los pies semihundidos en la hojarasca, y en silencio, adivinarse en el placer del ahora .
La mente juega bien sus cartas, espera paciente a que le des permiso para poner sus herramientas al servicio de tu paz. Por eso, no te detengas en el primer lamento, no es más que una señal de que estás vivo, de que tu legado es el don de pasear a través de tu cuerpo la energía divina del universo.